IN-VOCACIÓN

Por Luisa F. Gómez

Pueden ser extraterrestres; de pronto la famosa y mítica civilización de Atlantida. Porque ese sábado en la tarde, en el momento en que dejamos caer tu falda y te quedaste con esa camisetita negra en que dejabas ver la conjunción de tus senos; la camiseta que te pusiste con la única intención de que en el restaurante quisiera botar la mesa y lanzarme sobre tu cuerpo, acorralarte entre la silla y yo y hundirme en tu pecho, ensalivarte los pezones y restregarme contra ti como bestia herida –¡ay, Hacedor Supremo! ¡que camiseta! ¡que tetas! ¡que tarde!- en fin, el cuento es que en ese momento en que dejamos las rayitas de tu falda regadas por el suelo de tu habitación, y en tu piel blanca ya sólo hacían límite la expo-camiseta y tus cucos, en ese instante en que los rayos del sol entraban por la ventana y se derramaban por tu piel y parte de la mia, y entonces sin decidirlo del todo yo te arranco la camiseta y tenga… Ahí fue cuando el rayo de sol te dio en la espalda, más bien en el hombro, justo en la parte de atrás de tu hombro, en ese huequito que se hace entre el filo de piel que guía al cuello y la montañita que viene a marcarse con el borde del omoplato; ahí, ahí en ese huequito te daba el sol esa tarde.

Yo, la verdad, estaba absolutamente concentrada en el lugar de amante, en el ir y venir de tu caderas sobre mi pelvis, el jadeo de tu voz arrancada de no sé dónde, el sudor de tu piel –que no era de sol, hay que aclarar- y en esa otra humedad que se me escapaba de entre las piernas. Fue cuando te dejaste caer sobre mi cuerpo y te abrazaste a mí que yo vi lo que vi.

El sol que entraba por la ventana seguía en tu hombro, bueno, en el huequito ese maravilloso (como casi todos los huequitos) pero esta vez tu piel se veía diferente. En tu espalda había una especie de llanura. En ese césped dérmico, empecé a ver letras minúsculas que, con movimientos articulados, entraban y salían por tus poros y hacían frases y las desarmaban en un orden que no comprendí. Tu te moviste, yo te besé el hombro, te dije que me gustaba tu piel, dejé un silencio, dije entonces que me gustaban tus hombros, tu dijiste mi nombre y aclaraste que me invocabas y entonces, entonces fue cuando comprendí que con el sol a cuestas –al mejor modo del presidente Schereber- se iban viniendo sobre nosotras discursos extra-terrestres, organizaciones alfabéticas que con el nombramiento desaparecían.

SIEMPRE ES QUE LA INVOCACIÓN NOS PONE CON LOS PIES EN LA TIERRA

Me rehúso a creer en las alucinaciones. No puede haber otra explicación diferente a la conducción de mensajes extraterrestres a través de los rayos solares y el obvio aterrizaje en los mejores parajes terrestres. Tu tentaste batallones de sedientos habitantes de otro mundo, ahí está tu in-vocación: tu piel se ha convertido en valla publicitaria para los mensajes cifrados de la seducción.

PORQUE “SÓLO LO QUE SE NOMBRA EXISTE”.

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