Estaba ahí adentro aterrada; mis básicos pero firmes conocimientos en biología y física me decían que eran los últimos minutos. Había sido tragada por una ballena. Supe que los libros y la televisión no engañaban: sin mayores rasguños entré por el hocico del gigante animal; entre algas y un revoltijo de colores que me impedían percibir con claridad las siluetas de los peces que me acompañaban, fui a dar al fondo de la panza del cetáceo. Cuando el animal abrió su hocico para un nuevo bocado, la luz entró fuerte y pude leer con claridad en las paredes de su estómago: Aquí estuvo Pinocho. Tomé la tinta de un calamar y escribí justo al lado de la marca del famoso: Todo es mentira, Pinocho no era un mentiroso.