Sobre la mesa la tasa vacía. El silencio se colaba en los huesos, desplegaba entonces un grito ensordecedor causado por el eco que nacía del tejido óseo; desde la mecedora -con claridad- el bombillo encendido que anunciaba su ausencia. Nunca debió haber sido tan claro que siempre se hacía lo mismo, que al salir encendía la bombilla externa para que pensaran que estaba en casa; ahora era fácil saber que aún no volvía, que las horas pasaban y aún no volvía.
La despedida fue seca, rápida, huimos juntos, al tiempo, del encuentro de los dos… lo hicimos juntos en el preciso instante en que decidíamos que ya nunca, nunca más, podríamos volver a hacer algo juntos, que el tiempo de nosotros ya no tendría reloj, que seríamos recuerdo de un nosotros que chirriaría en adelante en la piel y las orejas de cada amante nuevo que viniera a su cama o a la mía.
El humo del cigarrillo me hace suponer sombras en el apartamento del frente, me emociono y una vez más decaigo… no vuelves. ¿y si ya no vuelves nunca más? Hoy es viernes y podré estar en esta mecedora hasta las siete de la mañana del lunes, luego te perderé la pista, tendré que dejarte ir, ahora todavía te llamo, el lunes te dejaré ir. Si llegas a la madrugada seguramente alcanzarás a verme desde tu ventana; he dejado las persianas abiertas para que alcances a verme, sabrás que te espero; no te llamaré, tendrás que pensarme con el silencio, me preguntarás y te diré en silencio que sí que ya me fui, que te respondo porque de lo contrario el silencio te dirá lo que quieras oír.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Pura mierda… nada de esto es cierto. Es probable que estés en tu casa, en medio de la noche, con las luces apagadas para que no pueda verte, con la bombilla del frente encendida para que te suponga ausente… me miras desde hace tres horas sentado en esta mecedora sin poderme ir.
Aún no me quito este traje oscuro, no retiro este dolor sin sitio. Respiro, y esas difíciles palabras que siempre temí decir pueden decirse ahora: Estás muerta, te has ido, te he asesinado y tu has hecho un gesto afirmativo en el último instante que me ha permitido deshacerte entre mis manos. Ahora me miras desde el otro lado de la ventana, desde la invisible en que te has convertido y yo sé, entonces, que no volverán a haber amantes en tu cama, que ya sólo habrá nosotros en la sospecha de ti que sobrevendrá ante mi espejo.