
Cargo con el azul intenso del cielo en las pupilas. Sin edificios al frente ni el gris del pavimento resonando en los oídos. Abandoné las ventanas altas que antes buscaba para alcanzar a ver las montañas; me escondí entre estos cuatro muros que no existen, que dejan colar los sonidos de los pájaros y de las ranas, que dejan salir las nostalgias y consienten los fantasmas que vuelven cada tarde a visitarme.
Me fui de la ciudad en un enero soleado para entregarme al campo que siempre aparece lejano. No volví a ponerle correa a los perros ni a los pensamientos. Se me olvidaron los zapatos de cuero siempre lustrados y las chaquetas de bleizer bien cuidadas; los cambié por los tennis y las botas de caucho, por las camisetas con cuello para que el sol no queme la nuca, las ruanas al final de la tarde y las…
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