
Lo estoy viendo: la línea gris que recorre su espalda, el tono oscuro de esa línea que revela el sudor; el pelo negro, corto, con las puntas mojadas; su cara un poco roja, que hacía que los ojos se vieran más verdes; las piernas fuertes, medio bronceadas… las piernas de mi padre eran bellas, me gustaba mirarle las pantorrillas siempre tensas, con los músculos a la vista como los dejan los caballos de paso, no tan peludas como las de otros hombres… mi padre sobre su bicicleta de spinning, todas las mañanas mientras estuviera en casa. Luego, así sudado, con todo su olor en la superficie, se iba hasta mi cama o hasta la cocina -si es que ya yo iba desayunando-, y restregaba su mejilla pegajosa contra mi cara, soltando la risotada.
—¡Qué asco, pa! —Era lo menos que yo le decía, haciéndome a un lado —¡qué cochino! —Y…
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