
Los problemas que tiene Ricardo… ¡Ay, Dios mío! Si todos fueran tan fáciles. Es que el tipo se enreda solo, no sabe tomar decisiones. «En la vida hay que ser práctico», así, con voz fuerte lo decía mi abuelo; «uno no debe enredarse con pendejadas: al pan, pan, y al vino, vino… y todos pa’ la fiesta, a comer de lo que hay», así lo decía el abuelo. Pero Ricardo… El tipo con cuarenta años y no ha entendido nada.
Quería poner un criadero de perros. Tenía visto el lote, solo necesitaba a su hermana de socia, para invertir en eso la herencia del viejo. Mi prima dijo que no y el tipo se quedó con cuatro perras en la casa: dos pastor vernés, ya creciditas, bien respuesticas, con sus cartas de bien nacidas; y otras dos San Bernardo, también de pedigrí y ya casi listas para el primer celo. Ahora la mujer no hace sino darle cantaleta que porque cuatro hijos y cuatro perras tienen la casa puerca, los muebles sucios, rompen todo, el olor es terrible y, por si fuera poco, comen mucho.
Entre cerveza y cerveza me quería convencer de comprarle las perras.
—Por lo menos una. —Me rogaba entre sorbo y sorbo.
¡Me voy a meter yo con esos animalones! pa’ tener que buscarles macho y luego atender a esos engendros que nazcan, y deles comida y límpieles la caca y las lombrices que traen y las babas por el piso… ¡Seré pendejo, pues!
No, yo sí le dije:
—Vea primo, la cosa hay que pensarla con cabeza fría; haga bien sus cuentas porque toda la plata que invirtió en esas perras no la puede perder.
Porque no son solo los millones que costó cada una, sino la cantidad de bultos de comida premium que ha tenido que gastarse; en eso la mujer tiene toda la razón: esas bestias comen como si el mundo se fuera a acabar esta tarde, el plato siempre repleto hasta el borde.
Mi especialidad siempre han sido los negocios y cuando Ricardo me contó su idea me pareció buena: Coger hembritas de buena raza, que les aseguren la cuna, la alcurnia, unas bien bonitas desde chiquitas. Cogerlas, educarlas, alimentarlas pa’ que den buenos hijos. No se necesita mucho espacio, apenas lo suficiente para que guarden la línea y no se pongan obesas porque se ven feas y se mueren en los partos. La cosa es fácil: las hembras están para que den hijos, que los crien, que les salgan saludables; ojalá machos que los pagan mejor; las hembras solo valen si se está pensando en criadoras y para eso tienen que estar muy buenas, meterles mucha plata. La idea del Richie era interesante; el problema fue depender de la hermana: las mujeres no sueltan la plata fácil. Mi primita salió con que no iba a gastar la herencia del papá en unas perras que podían morirse, que no, que ese era el dinero para dejarle algo a sus vástagos (que habrá que verlos, porque por ahora son un par de zánganos regordetes que se la pasan frente al televisor o leyendo libros pendejos en vez de ponerse a trabajar, que ya tiene trece el menor y quince el otro; pero bueno, así son las mujeres, les cuesta pensar en el futuro). Y el Ricardo se puso a depender de una, o de muchas más bien… ¡Eso sí es ser muy bobo!
Yo no le dije nada al respecto, ¡pa’ qué! Termina uno peleando con la familia y a mí eso no me gusta.
Esa noche entre cerveza y cerveza yo sí le vi el desespero, sobre todo por la cantaleta de la mujer, y claro, también por la endeudada tan macha que se metió para comprar esos animales. Entonces nos pusimos a echar números.
—Mire, primo, acuérdese del abuelo; ¿usted cómo cree que hizo el viejo para mantener dos familias cada una con cinco o seis hijos? Pensando rápido y sin ponerle tanta tiza. —El tipo me escuchaba atento y empezó a pedir aguardientico para calentar las ideas.
A mí me gusta ayudar, yo nací para eso, y más con mi familia. Y Ricardo me tenía preocupado, se notaba que llevaba días sin dormir.
—Hermano, yo no le compro las perras porque me da jartera ponerme a cuidar quién monta o no a una hembra; si me gustará ya sería chulo que por algo esos verracos tienen tanta plata o, por lo menos, sería productor de porno que me parece más estimulante que sus peludas haciendo siempre las mismas poses.
—Pero ayúdeme, primo, mire que ya están que me embargan y ahí sí qué hago con esos animales… —me repetía con la cara escurrida, los ojos casi agrietados y la baba espumosa en las comisuras de esa boca pálida.
Ahí se la solté: mi idea. Si el problema era de poca plata y muchas bocas, pues ahí era donde estaba la operación matemática y la cirugía social: disminuir las bocas, aumentar la plata.
—Primo —le dije con la solemnidad propia de mi propuesta— primo, querido, usted lo que tiene que hacer es vender bocas… y usted me disculpara pero si hacemos cuentas finas, usted lleva más plata invertida en las perras que en sus hijos. —Ahí el tipo me soltó tremenda carcajada y se echó un buen trago encima; yo lo interrumpí— No, Ricardo, en serio, voy en serio, mire, piénselo: Cuánto puede haber invertido usted si el que menos tiene, tiene qué, ¿tres meses? Y el mayor, ¿seis, siete años? El primer año casi no comen, o mejor dicho, la comida va por cuenta de la reproductora; después pura papillita de verdura y poca carne -que es lo más caro-; ¿educación? solo le ha gastado a los mayores, entonces comience por vender a los más chiquitos que son los más codiciados.
—No, hermano, ¿qué le pasa! —me interrumpió el Richie.
—Déjeme hablar, primo, escúcheme y piense en el abuelo y verá que la vaina tiene lógica: vaya investigue y verá, todos esos europeos que vienen aquí por los morenitos, por los trigueñitos, por los mesticitos, así como los suyos: esa es la nueva raza, somos la mezcla más cotizada del mercado. Bueno, los negritos están subiendo en la bolsa del mercado negro, pero nosotros tenemos lo nuestro, sobre todo porque la mezclita de blanco con negro e indio, resulta en fuerza de trabajo físico y mental. Mire todas esas noticias de los niños que se roban en los parques y los terminan encontrando con certificado de adopción en Noruega, en Suecia, en Francia… ¡mire a la Jolie, primo! la mujer tiene tremenda colección y ¿usted cree que le salieron baratos? ¡No, Ricardito, hermano; cada uno por un ojo de la cara! Hay es que saber promocionarnos, el gobierno hace buen trabajo, ¿si vio la última campaña? Que aquí somos pura pasión, como quien dice aquí no pensamos pero le jalamos a todo y lo damos todo…
—¡Ay, hombre! Deje de decir tanta pendejada —me abrazó el primo, interrumpiéndome de nuevo.
—No es pendejada, Richie. Hay cuentas: ¿usted cree que sus hijos van a dejar que usted les saque plata a sus nietos? Eso era antes que si no había dinerito por lo menos le daban cuidados a los viejos, pero ahora… ¡tener hijos no es negocio, primo! Más bien agarre esas perras, cuídelas, que con eso es que se va pagar el ancianato luego, porque ni pa’ eso le van a dar sus críos.
—¡No, usted se emborrachó, maestro! —Se rió el primo casi cayéndose del butaco— ¡Usted se volvió pendejo!
—Ningún pendejo, Ricardo, ningún pendejo… Usted puede tener más hijos si eso es lo que quiere, se trata de resolver el problema ahora, rápido. A ver, le quitan la casa y ni perros ni hijos… es que lo hizo al revés: primero eran las perras que tuvieran hijos y luego era usted que se diera el gusto, ¡pero, no! Al señor le dio por hacer familia… Mire las nuevas familias si eso es lo que le duele, mírelas: no ha visto esas calcomanías que ponen en los vidrios de los carros: un hombre, una mujer, un perro chiquito, uno grande y un gato; otro carro: un hombre, otro hombre, un niñito con gafas y un perro; una camioneta: una mujer, dos perros medianos, un niño. Vaya a los parques: el carro de paletas para los niños y el de paletas para los perros; el centro comercial: boutique para mascotas justo al lado de la tienda de ropa para niños… no soy sólo yo, Ricardo, es una pregunta mundial, es un cuestionamiento de fondo que se plantea la humanidad: ¿niños o perros? ¿niños o gatos? Y ¿qué cree usted? Van ganando las mascotas, tienen más ventajas: no se van de la casa, por lo menos eso, si no van a ayudar tampoco dejan solos a los líderes de la manada; es más, justamente, les conservan su liderazgo… ¿a usted el de siete todavía lo respeta? ¡Imagínese como será a los quince! En cambio esas perras siempre le van a mover el rabo, se meterán con el macho que usted diga… ¿su hijita de cinco? Le aseguro que ya ni le obedece con qué amigo puede estar y con cuál no.
Yo veía al primo Ricardo cada vez más callado y más serio; yo creo que lo dejé pensando… ¡ojalá! Porque está en una difícil. Eso fue hace un par de días y quedó en llamarme. Yo me ofrecí para buscarle los contactos, que todo sea claro y legal porque o sino el hombre vuelve y se mete en otro de esos problemas en que suele hundirse.