
Entrada 9
Las fauces de la noche se han cerrado sobre este estudio. He caído en las vísceras de la fiera, me he resbalado por su garganta. La vida de esta colina descansa ahora en su barriga: las vacas, el burro con su rebuzno, las gallinas inquietas de la mañana; todos tragados por el mismo hocico. Un perro se le ha escapado al monstruo nocturno y ladra, intenta dar aviso, pedir auxilio, sabe que los sueños nos roerán el alma.
Prendo una lámpara que le caliente la panza; pienso provocar las nauseas de esta pantera hambrienta, hacer que me regurgite el pellejo, quedarme en calma. No le hace ni cosquillas. Va masticando los pensamientos del día, saboreando el cansancio de las piernas, bebiendo del entumecimiento que ha llegado a las manos.
Los ruidos de sus intestinos asustan: un traquetear de huesos, el quejido de los fantasmas que se despiertan, un ronquido de bestia que olfatea.
Los insectos se han salvado, escaparon entre las rendijas de sus dientes. Zumban invocando la vida, rodean la putrefacción que ha dejado la jornada, buscan sangre, una piel tersa o en su lugar hundida. Los grillos se llaman, se buscan, es el momento, ya todo el mundo se ha dormido. Se escucha una rana, una pequeña, que croa despacio, con cautela, busca a su madre, le avisa que no ha partido.
Abro un libro; paso las páginas, el sonido hipnotiza al monstruo, las letras le hacen cosquillas, estornuda y con su saliva me asomo a la puerta. Me quedo en su lengua, nuestros idiomas se encuentran, hay algo de palabras que se nos vuelven historias.
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Entrada 10
El cielo está gris y amenaza tormenta. Aquí aún no ha caído agua. Sobre la montaña del frente, en cambio, veo una cortina gris claro, la lluvia que cae sobre un verde suave, que va cubriendo el verde más oscuro; el agua que ennegrece las cimas de estos montes.
La lluvia así cayendo me hace pensar en las cortinas de las regaderas. Se me antoja entonces la figura trillada de las curvas de las montañas como las de una mujer que se baña plácida. El agua que resbala por su cuerpo, que se escurre por los senos y las caderas, que se mete entre las piernas y hace ríos.
¿Qué pensamientos, qué fantasías, devorarán a esa mujer inmensa? Lo que quiera que recorra sus entrañas está influido por una pasión acuática. Cuando lo escribo, la cortina de agua se me convierte en cortina de humo. El líquido que la recorre se evapora con su fuego; ya no cae agua. Ahora sube, asciende, se eleva, y se hace nube que me encapota la cabeza. Pronto caerá sobre mi cráneo, inundará mis pensamientos, bañará mi cuerpo, lavará mi casa, estaré invadida de ese zumo de mujer terrena.